sábado, 25 de mayo de 2019

La última generación del cambio climático


El cambio climático amenaza de forma seria el bienestar, el progreso y la estabilidad conseguida. La esperanza de vida de una persona nacida hace un siglo en España era de 41 años.

Si hubiera vivido, por ejemplo en la ciudad de Málaga, hubiera tenido un 1,2% de posibilidades de disfrutar de energía eléctrica en casa e insignificantes probabilidades de disponer de un medio de transporte propio o simplemente gas.

Hoy, en Sierra Leona o el Chad la población tiene una esperanza de vida de más de 50 años y triplican estas posibilidades.


Cambio climático
Durante los últimos cien años la humanidad ha logrado avances sin precedentes en su historia. Sin embargo, se habla mucho, y en especial a los bancos centrales, que la deuda acumulada global para financiar este disfrutado bienestar se encuentra en máximos y ronda ya el 225% del PIB mundial.

También sabemos que detrás de las tasas macroeconómicas de crecimiento, las diferencias entre los muy ricos y los muy pobres siguen creciendo, generando lo que podríamos denominar una segunda deuda. Una deuda social que está poniendo en peligro bases del progreso como el multilateralismo y la estabilidad disfrutada.

Sin embargo, en este estirón global, quizás nos hemos olvidado de una tercera deuda. Menos conocida, menos salmón que la deuda financiera y social, y es la que comenzamos a acumular de forma significativa con el planeta desde mediados de los años ochenta. Diferente por su carácter global, transformador e irreversible a escala de la vida humana.

Aceleración del crecimiento
La aceleración del crecimiento y sus increíbles beneficios, catalizada por un incremento de población sin precedentes, nos llevó a que en 1986 el consumo total de materiales de nuestra próspera sociedad superara silenciosamente -y por primera vez en la historia de la Tierra- la biocapacidad del planeta, poniendo en peligro el equilibrio del lugar donde vivimos.

Galbraith afirmaba en su libro “Breve historia de la euforia económica” (Ariel, 1991) que todas las euforias que han acabado convirtiéndose en crisis han repetido el mismo patrón.

Un beneficio que aumenta rápidamente, personas que piensan que es debido a su astucia y enorme inteligencia, la condena de aquellos agoreros que ponen en duda el carácter indefinido de la bonanza y la poca memoria de los que vivieron una crisis anterior.

Aunque la más comentada de todas las deudas que hemos contraído con el planeta es la que está produciendo el calentamiento global. La pérdida de biodiversidad, la sobreexplotación de los acuíferos o la deforestación están acelerando un deterioro de las condiciones del entorno que amenazan de forma seria el bienestar, el progreso y la estabilidad conseguida.

Ya está sucediendo
Esto no va a suceder en el futuro, está sucediendo hoy. Desde el incremento de las pérdidas humanas y materiales por fenómenos atmosféricos extremos, migraciones debidas a sequías persistentes, hasta cambios en las condiciones organolépticas de las denominaciones de origen o el cambio del valor de las propiedades debidas al cambio climático.

No se trata de un juego de suma cero. La euforia del crecimiento se ha vuelto peligrosamente desproporcionada y corremos el riesgo serio de haber creado deudas para las cuales es dudoso que el planeta disponga de medios para pagarlas.

Como decía hace unos meses el presidente Obama, quizá somos la primera generación que perderá bienestar debido a la crisis ambiental, pero también la última que tendrá realmente capacidad para pararla.

Fuente: José Luis Blasco, Director Global de Sostenibilidad de ACCIONA,


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José Luis Blasco, Director Global de Sostenibilidad de ACCIONA,

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