sábado, 22 de diciembre de 2012

La energía verde quiere ser azul


La energía verde quiere ser azul en España y apuesta por el primer parque eólico en el mar


Se han cansado de la tierra firme. Por eso viran hoy hacia el mar. Los molinos de viento, esos "gigantes con brazos de varias leguas" que avivaron la locura del Quijote cervantino, mudan de piel y de escenario en España. O al menos eso quieren sus promotores, que buscan ahora alcanzar las costas como nuevo modo de reinventar el sector.

Lo que está en juego es un tesoro muy valioso que por primera vez se siente desprotegido. España es el cuarto país del mundo –y el segundo de Europa– en potencia eólica instalada, y su industria, que creció en las últimas décadas a un ritmo vertiginoso, empezó a aterrizar el pasado año a causa de la reestructuración y la deslocalización de los fabricantes hacia otros países que, como China o la India, pisan con mucha fuerza. Los datos –que hablan del crecimiento más débil de la historia de la eólica en España– han disparado las alarmas del sector, que lanza estos días un SOS a las autoridades, a las que reclaman la recuperación de los incentivos y una normativa "más amistosa".

No se han quedado, sin embargo, de brazos cruzados. Y se inspiran ahora en el azul del mar para inventar otras fórmulas y repetir las experiencias de vecinos europeos como Dinamarca y el Reino Unido, donde la energía eólica marina (también conocida como offshore) es una realidad desde hace más de veinte años. Y es que el filón de los océanos es indiscutible. En ellos, además de no encontrar barreras, los vientos soplan a mayor velocidad que en tierray de un modo más constante y laminar, ya que la rugosidad del terreno es muy baja. Las ventajas tienen su traducción en datos.
De ellos se desprende que las instalaciones offshore prácticamente duplican en tiempo de producción a las terrestres –con entre 3.500 y 4.000 horas anuales frente a unas 2.100 en tierra–, un atractivo al que España suma otro más: el hecho de que la mayor parte de su territorio esté rodeado por agua. En estas circunstancias, no es de extrañar que el país esté ya muy cerca de lograr el aprovechamiento de los vientos oceánicos.
La primera propuesta con visos de lograrlo llega ahora de la mano de la Generalitat, concretamente del Instituto de Investigación de Energía de Catalunya (IREC), que tiene previsto instalar en los próximos meses el primer laboratorio de envergadura del mar Mediterráneo. Sobre el papel, el denominado proyecto Zéfir establece la instalación en una primera fase de cuatro aerogeneradores o turbinas eólicas de 20 megavatios (MW) en total en aguas poco profundas –de unos 35 metros– del norte del Delta del Ebro, y a unos tres kilómetros de su costa. La iniciativa crecerá en una segunda etapa, en la que se levantarán otros ocho aerogeneradores en aguas muy hondas –de unos 100 metros, y a unos 30 kilómetros del litoral– que deberán ir apoyados sobre estructuras flotantes.
Aunque la gestación del proyecto Zéfir deberá salvar antes al menos dos obstáculos. El primero pasa por desarrollar los anclajes adecuados para estos gigantes en las aguas profundísimas del Mediterráneo, cuyos suelos marinos son muy bajos y se hunden a solo unos pocos kilómetros de la costa, a diferencia de lo que ocurre en Mar del Norte o el Báltico, donde la plataforma es más elevada.
El segundo de los obstáculos atañe a las conciencias, ya que la iniciativa no es vista con buenos ojos por una parte importante de la sociedad de L'Ametlla , el municipio tarraconense en cuyo territorio se ha diseñado la plataforma y que mantiene estos días a vecinos, representantes políticos, asociaciones ecologistas y otros agentes en pie de guerra.

Una estampa discutida

L'Ametlla de Mar amaneció el pasado 26 de febrero con una protesta sonada. Más de 500 personas, entre vecinos, políticos, pescadores y algunos empresarios de la zona, se manifestaron en el Paseo Marítimo para "defender el mar y el paisaje" del municipio de una futurible «agresión sin precedentes».
La Coordinadora Antiparque Eólico –integrada por todos los colectivos detractores– salió a la calle para mostrar su rechazo hacia la primera estampa que, dicen, dibuja Zéfir: la de cuatro molinos de una altura superior a la Torre Agbar o la Sagrada Familia, que sobresaldrían del agua unos 190 metros y se instalarían a unos tres kilómetros de la costa, alineados en paralelo frente al paseo. Las dimensiones no parecen exageradas si se piensan en las de algunas de sus 8.000 piezas. Porque, aunque a lo lejos no lo parezca, solo las torres sobre las que se asientan las turbinas de estos mecanos pueden ser más altas que un edificio de 50 pisos. Y sus palas o aspas pueden llegar a medir tanto como 15 coches en fila india.
Otro botón de muestra de esta escala es la góndola –la caja que acoge el generador eléctrico, capaz de aumentar hasta 60 veces la velocidad de las aspas–, que puede ser tan grande como los míticos autobuses londinenses de dos plantas. A estas cifras se añade el hecho de que los fabricantes de aerogeneradores offshore estén evolucionando cada vez hacia tamaños mayores, con modelos actuales de una potencia del orden de los 5 MW –casi el doble de los instalados en tierra firme–, que podrían llegar a ser del rango de los 15-20 MW en 2020, si la industria cumple sus objetivos.

El pulso de los vecinos

Con estos datos, el impacto visual será evidente. No obstante, a juicio de los vecinos que denuncian este no será el único perjuicio: "El proyecto dañará el ecosistema de estas aguas casi vírgenes, además de la pesca y el turismo del municipio", señaló a 20 minutos la portavoz de la Coordinadora, Mayte Puell.
Junto a los habitantes de la localidad, el rechazo del Ayuntamiento es, además de unánime, manifiesto. A pesar de ser del mismo color que el Ejecutivo autonómico –que gobierna Convergència i Unió–, el Consistorio mantiene desde principios de año un pulso con la Generalitat, que quedó patente el pasado 16 de enero cuando todos los grupos políticos se opusieron en un pleno extraordinario: "Reprobamos un proyecto que quiere romper este territorio virgen a cambio de casi nada", dijo a 20 minutos el concejal de Urbanismo y Medio Ambiente, Rubén Lallana.
La suerte está echada, sin embargo, para los promotores de Zéfir: "La Generalitat no va a desistir. Es un proyecto estratégico para convertir a Cataluña en el referente internacional de la energía eólica marina", señalaron a este periódico fuentes del Departamento de Empresa i Ocupació de la Generalitat que, aunque descartaron una posible marcha atrás, se comprometieron a ser "permeables" ante las demandas municipales.
Y es que la ocasión la pintan calva para los defensores de la iniciativa que, si no yerran en sus cálculos, esperan albergar antes de 2014 la primera fase de este laboratorio costero y desarrollar, ya en la segunda fase, el sistema flotante más adecuado para instalar molinos en aguas muy profundas. El siguiente paso pasará por aprovechar la experiencia recabada en Zéfir y en el resto Europa (donde 9 países albergan 45 parques marinos), para luego «sembrar el mar» de esta tecnología.
"En el peor sitio posible". Pero no todos los pronósticos son ni mucho menos tan felices. Las asociaciones ecologistas consultadas por este diario, aunque celebran el despegue de la eólica para hacer frente al monstruo del cambio climático, reprueban el emplazamiento de la plataforma tarraconense,  desatinado, dicen, dado el "incalculable valor medioambiental" del Parque Natural del Delta del Ebro y sus aledaños.
"El emplazamiento es un auténtico sinsentido... Está diseñado en uno de los espacios de mayor riqueza para la biodiversidad de España. Es como si instaláramos un campo de golf en el Museo del Prado", ejemplificó en declaraciones a 20 minutos el coordinador de Conservación de SEO/BirdLife, Juan Carlos Atienza.
Igual de tajante se mostró su colega, el coordinador del Programa Marino de SEO, Pep Arcos, para el que "Zéfir se ha colocado en el peor sitio posible, justo en la corona de la biodiversidad española, en la que se nutre la totalidad de la población mundial de especies amenazadas como la pardela Balear o la gaviota de Audouin, que podrían ver quebrado su ecosistema", zanjó.
Desde la asociación conservacionista Oceana, el director de Investigación y Proyectos, Ricardo Aguilar, aunque dijo que la ubicación de esta plataforma en concreto "no es la más coherente", reconoció que el impacto para los fondos será "muy limitado". Según sus datos, las instalaciones offshore solo plantean perturbaciones leves a las especies marinas en la fase de construcción, un "mal menor", a su juicio, frente a la amenaza que supone el calentamiento global. "Tenemos que tomar medidas para salvar la vida del planeta, gravemente enfermo", apostilló Aguilar.

España, 'isla energética'

Más allá de la polémica de este emplazamiento, todas las asociaciones consultadas insisten en la bonanza que la eólica –la tercera fuente de generación eléctrica en España, tras el gas y la nuclear– supone para la salud del planeta, con una producción con un impacto ambiental 21 veces menor que el petróleo, y 10 y 5 veces menor que la nuclear y el gas, respectivamente.
Desde la Asociación Empresarial Eólica argumentan que además de calmar las dolencias de la Tierra –evitó lanzar 22 millones de toneladas de CO2 en 2011–, la energía de los vientos constituye una "fuente inagotable de riqueza", con más de 30.000 empleados y con cifras de exportación que superan los 2.000 millones de euros anuales.
Con estos datos, el mensaje del sector es claro: urge rediseñar el régimen económico y desbloquear la moratoria de incentivos a las nuevas instalaciones renovables anunciada por el Ejecutivo. De otro modo, la caída de la industria del que podría ser el petróleo del país "se precipitará y España agravará su situación de isla energética [con una importación del 80% de la energía consumida]", señalaron estas fuentes. El Gobierno, sin embargo, confía en que el cese de las ayudas no afecte a la industria, una fe que basan, aseguran a 20 minutos fuentes ministeriales, en el "colchón" que las renovables han alcanzado en los últimos años. El margen es tan amplio como para que –apuntan– estas medidas no perjudiquen «lo más mínimo los compromisos con la UE". Mantener la calma parece ser la premisa

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