sábado, 22 de diciembre de 2012

Las siete vidas de un bosque incendiado

"Zona de alto riesgo de incendio", rezan los carteles dirigidos a los incautos que pueden despertar con su ignorancia un reflejo flamígero del infierno. Cercano a la carretera, un pino muestra los jeroglíficos de la última catástrofe. "Este pino salgareño aún tiene restos de hollín del incendio de hace 18 años", constata José Luis Ordóñez, científico del CREAF (Centro de Investigación Ecológica y Aplicaciones Forestales), con la mano manchada por las heridas de un superviviente.


La sierra de Castelltallat, en el Bages (Cataluña central), fue afectada por un virulento incendio en 1994, un año terrible, con fuegos que ardieron sin control durante 12 días. Ese año, como en 2012, se dio la matemática del desastre. Temperaturas muy altas. Ausencia de lluvias. Escasa humedad. Estrés hídrico. Exceso de biomasa en el sotobosque cargando unos árboles moldeados por las garras del hombre. Y la chispa, siempre la chispa, que detona el infierno y el titular.
Sin terminar aún la temporada de fuegos, este año se han quemado en España más de 165.000 hectáreas. En 1994 se vieron afectadas 437.636 hectáreas, según datos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medioambiente. Son cifras que nacen de conjunciones, según los expertos: el abandono de los bosques, la invasión urbana y de recreo, la falta de previsión, gestión y recursos, el aliento inflamable del cambio climático... Y constatan que la virulencia de los incendios parece ir en aumento. ¿Pero, qué ocurre cuando pasa el incendio? ¿Cómo se regenera el bosque?
En las montañas cercanas a Sant Mateu del Bages quedan islas de los altos pinos salgareños supervivientes. Están rodeadas de pequeños pinos carrascos surgidos tras el incendio, mejor adaptados al fuego. Es una alfombra lasciva y seca la que forman los recién llegados. El vendaval los mece como esperando la chispa del desastre. Los depósitos de agua instalados a raíz de la tragedia avisan de que se camina sobre nitroglicerina. Los nuevos árboles se reconocen por su menor tamaño (apenas metros), y por el monocromo de su espesura y su promiscuidad forzada. Ha sido una regeneración poderosa desde 1994, pero el exceso de biomasa podría claudicar ante nuevas llamas.
En cada bosque quemado se inicia una feroz lucha por la supervivencia"Es un polvorín, hay mucha densidad, casi todos son árboles jóvenes debilitados que luchan por la luz y el agua, están muy secos, y hay mucha maleza", asegura José Luis, que hizo su tesis doctoral sobre esta área incendiada. Cuenta los años de los árboles a través de las distintas bifurcaciones de las ramas. Casi todos nacieron tras el fuego. "Las copas están muy cerca del suelo, y en tierra acostumbran a empezar los incendios", explica. Algunas encinas y robles cercanos aprovechan sus ventajas biológicas como rebrotadoras para seguir su curso. Pero el bosque, lleno de cicatrices, irregular y caótico, aún se aleja de la majestuosidad y el equilibrio que tuviera antes del incendio.
En cada bosque quemado se inicia una feroz lucha por la supervivencia. Es la guerra por el dominio del agua y el sol. Árboles rebrotadores del sotobosque inician su ascensión multiplicando sus brotes desde la raíz del tronco quemado; es la fuerza de encinas y robles. Buenos germinadores como el pino carrasco preparan su piñas serotinas, selladas herméticamente con resina durante años, dispuestas a abrirse con las altas temperaturas que prosiguen al fuego (40-50 grados), para germinar sobre nutrientes de ceniza. Otros pinos, como el salgareño o el albar, antaño reyes por el aprecio a su madera, son malos germinadores, y en el peor de los casos deben esperar al hombre. Los alcornoques se protegen con su coraza de corcho y tienen la posibilidad de rebrotar desde la copa. Arbustos como el romero y otras plantas cuyos aceites las hacen muy inflamables, proclaman su maestrazgo donde los árboles no logran ganar terreno.

Condiciones propicias

En el mediterráneo confluyen la época más seca con la de mayores temperaturas. Caso similar al de los bosques gallegos, cuyos árboles y plantas, a pesar de pertenecer a latitudes atlánticas, padecen en verano estrés hídrico (falta de agua para su mantenimiento óptimo). El fuego siempre estará allí, aseguran los expertos. Es el gran escultor y censor. Madre y asesino. Un infierno que en los climas mediterráneos es cíclico. Un culto prehistórico de la naturaleza que el hombre ha multiplicado (se calcula que el 96% de los incendios nacen de nuestra mano, según un informe del CSIC).
"En general, la biodiversidad se regenera por sí sola, especialmente en los bosques mediterráneos que están más preparados", explica Juli García Pausas, experto del CSIC en desertificación. "Incluso en los incendios de este verano en Valencia ya empiezan a verse brotes verdes", añade.
Se debe esperar un promedio de 100 años para que un bosque recupere una estructura similar
Es recomendable esperar un par de años para ver cómo se regenera el espacio antes de adoptar una posible intervención. En ocasiones deben evitarse posibles deslizamientos y la pérdida de nutrientes y semillas por causa de lluvias torrenciales. "Es como la herida de un humano, primero debe cicatrizar", explica Miguel Ángel Hernández, de Ecologistas en Acción. Se debe esperar un promedio de 100 años para que un bosque recupere una estructura similar. No obstante, en ocasiones, sea por terreno, especie o por encadenación de fuegos –las germinadoras necesitan años para proporcionar buenas semillas– es posible que desaparezca. Solo en casos muy extremos se recomienda la siembra o la replantación, métodos que no aseguran la regeneración. La cosa empeora cuando el incendio ocurre en alta montaña, en zonas menos adaptadas como la pirenaica. Una nueva amenaza del cambio climático: el aumento de temperaturas podría hacer subir la altura de los fuegos.
José Luis observa con los prismáticos las especies que crecen en la ladera de otra zona afectada por un incendio en 1994, en el municipio del Figaró  (Vallés Oriental), cercano al parque natural del Montseny. El ojo profano solo ve bosque, se emborracha de verde. "Hay algunas rebrotadoras, como encinas, pero en general todo es pino carrasco", espeta. La gestión de un bosque así debería basarse en determinar zonas sensibles (como las cercanas a la carretera o a actividad humana). Y fijar objetivos. "El bosque no es un jardín. No se puede aplicar el mismo análisis a diferentes masas forestales. En El Figaró, si queremos evitar otro incendio deberíamos limpiar de especímenes el suelo. Hacer una poda controlada para que los árboles y brotes más fuertes puedan crecer y así acelerar la aparición de un bosque adulto", explica mientras intenta adentrase sin éxito por la maleza.

El fuego puede con el árbol joven

Un bosque maduro y con gran biodiversidad suele estar más preparado para un incendio. Ha vencido la batalla por la supervivencia: menos biomasa y más pluralidad de espacios y especies. Si en el lugar predominan solo los árboles jóvenes de cualquier especie, el fuego se expande a gran velocidad al carecer de obstáculos vegetales o saltos de combustión. Los expertos coinciden en que la mejor opción es ayudar a crecer las especies autóctonas, eliminando biomasa y competidores, y establecer cuanto antes su equilibrio. "Depende de lo que uno quiera o qué utilidad se le quiera dar. Si antes había pinos salgareños, que fueron mantenidos artificialmente, y después del incendio tienen la oportunidad de crecer los robles originales que estaban contenidos en el sotobosque, hasta podría mejorar el ecosistema", asegura Juli García Pausas.
Solo el 13% de nuestros bosques están debidamente gestionados
La historia de nuestros bosques es la historia del hombre. En la Península abundan bosques jóvenes, y también un gran número de monocultivos, según denuncian en Ecologistas en Acción. "Solo el 13% de nuestros bosques están debidamente gestionados, a pesar de que la ley obliga al 100%", alega Raúl de la Calle, secretario general del Colegio de Ingenieros Forestales. "Los recortes en materia forestal han sido dramáticos», concluye. Una combinación inflamable. Hasta los años 50 la política agrícola había fragmentado o exterminado el espacio arbóreo. Fue a partir de las migraciones rurales y de la pérdida de la rentabilidad de los bosques, la mayoría en manos privadas, cuando la naturaleza ha ido ganando terreno. "Hay un dicho que dice bosque rentable, bosque que no arde", recita Raúl de la Calle. Hoy muchos de los cortafuegos que conformaban los campos arados han desaparecido; las ovejas y cabras, grandes limpiadoras de la biomasa, dejaron su función. Y el gran conflicto: cuanta más masa forestal menos CO2 en la atmósfera y mejores acuíferos, pero también mayores incendios.
"Deberíamos analizar cuánto nos da el bosque económicamente. Si tuviéremos que producir nosotros sus beneficios naturales, saldría bastante más caro que gestionarlo", explica Francesc Giró, director de la ONG Acciónatura. Uno de los problemas es que los humanos viven cada vez más cerca de estos bosques en expansión y sin cuidados, lo que convierte en un problema económico y social lo que sería en principio un daño biológico. La vida humana no rebrota. Un equilibrio difícil frente a un futuro con previsible escasez de agua. "Los incendios son cada vez más virulentos, porque se ha pasado de un exceso de destrucción de la biodiversidad al total descuido», explica Miguel Ángel Hernández, de Ecologista en Acción.  "Y las condiciones climáticas son cada vez menos favorables", sentencia.
Gran parte de la masa forestal arrasada es comida por un número pequeño de  incendios, los de alta intensidad, aupados por condiciones meteorológicas extremas, algunos con pérdidas irrecuperables como el producido este año en el parque nacional de La Gomera. "Los grandes incendios son cíclicos. Como nadie saca provecho los bosques, son como bombonas preparadas para explotar", asegura el biólogo Pere Alzina.
Es una lucha arcaica en la que el hombre está metido hasta –o especialmente– en la más recóndita urbanización. Igual que el bosque, somos verdugos por nuestros excesos, pero también víctimas. Una batalla en la que los expertos reclaman una mayor implicación de todos los órganos de la sociedad para decidir qué hacer con los bosques. "Lo malo de saber de incendios es que no vuelves a ver el bosque igual", dice José Luis al abandonar el Figaró y encontrarse con otras zonas cicatrizadas. El fuego estará allí. Tan antiguo como las hierbas. En nuestra mano está redomesticarlo. Adaptarnos como las plantas. Tenerlo por enemigo o aliado. ¿Conseguiremos ser buenos germinadores?

La masa forestal española, la tercera de Europa

Según estimaciones de la FAO (Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación), se pierden al año 13 millones de hectáreas de bosque en el planeta. Sin embargo, en España, los bosques crecen. En los últimos cien años han duplicado su extensión, proporcionando a nuestro país un gran número de florestas jóvenes muy vulnerables al fuego. La masa forestal española cubre un 36% de territorio, con 18,5 millones de hectáreas, una de las mayores de Europa, solo por detrás de Suecia y Finlandia. Estamos por encima incluso de países que parecen sinónimo de bosque: Canadá (33%).
El crecimiento ha sido de un ritmo de 176.000 hectáreas anuales. Contamos con gran diversidad, entre encinas, pinos, hayas, robles, abetos y laurisilvas, pero también monocultivos de eucaliptos, choperas y pinares. El artículo 50 de la Ley de Montes de 2003 prohíbe la recalificación de terrenos forestales quemados en urbanizables durante un plazo de 30 años.
El principal causante de la desertificación, más que el fuego, ha sido la urbanización salvaje, según los expertos. Sin embargo, la aplicación de la ley es competencia de las comunidades autónomas. Algunas, como la valenciana, han modificado su ley forestal para eludir esta prohibición. En el recuerdo queda que el parque Terra Mítica ya fue levantado sobre terrenos quemados.

Monte abantos (Madrid): treinta años de recuperación

Michael Harris, coordinador de Entorno Escorial.
Trece años después del gran incendio de Abantos (425 hectáreas quemadas en El Escorial, en 1999), la huella del fuego sigue siendo visible. Allí donde no llegaron las llamas, los pinos se elevan más de 10 metros sobre el suelo; mientras que en la zona afectada por el incendio los árboles reforestados superan a duras penas la altura de un hombre. "Tendremos que esperar como mínimo 30 años para que el bosque recupere su estado original", calcula Michael Harris, coordinador de Entorno Escorial, una plataforma que organiza plantaciones populares y excursiones didácticas por el monte (en la foto, señalando el límite del incendio, en el que se aprecia la diferencia de tamaño de los árboles nuevos).
Deberían haber dejado que los pinos crecieran por sí solos
Tras el incendio, la Comunidad de Madrid se encargó de la replantación, con casi 500.000 árboles y una inversión superior al millón de euros, según datos de la Consejería de Medio Ambiente. Pero gran parte de ese trabajo fue en balde: "En el monte Abantos, lo único que se ha plantado es dinero", explica un forestal. Según asociaciones ecologistas, la Administración autonómica "cometió el error de entrar con excavadoras al monte para limpiar la ceniza y arrasó con las semillas que habían quedado en el suelo, y esto ralentizó el crecimiento", apunta M.ª Ángeles Nieto, de Ecologistas en Acción.
"Deberían haber dejado que los pinos crecieran por sí solos, es un tipo de árbol que se regenera muy fácilmente", añade Harris. De hecho, las zonas de Abantos donde actuó la Comunidad tienen más calvas y los árboles crecen más débiles, mientras que aquellas que se dejaron en manos de la naturaleza están visiblemente más pobladas.

Figaró (Vallés oriental): bolas de fuego de un lado a otro

Pete Mateu, en El Figaró.
Casi veinte años hace del incendio del Figaró que arrasó gran parte de las montañas que circundan este municipio de la comarca del Vallés Oriental. En 1994, 76.000 hectáreas fueron afectadas en Cataluña, y los habitantes del Figaró tuvieron que vivirlo a puerta de casa. "El fuego llegó rápidamente de las montañas vecinas. Fue un caos total, había mucha desesperación", recuerda el regidor de medio ambiente, Pere Mateu.
La complejidad de aquel año (diferentes incendios consiguieron juntarse) hizo que los medios de extinción no pudieran llegar, mientras los vecinos veían como bolas de fuego cruzaban de un lado a otro de la montaña. La suerte hizo que por cambios meteorológicos no avanzara más. "Ahora está para quemarse otra vez, no se ha gestionado, y se ha regenerado incluso demasiado", se lamenta Mateu.
Mapa de los incendios en España.


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